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El regreso a casa aquella tarde se fundió con la melancolía pasajera que viajaba entre los coches que pasaba y veía pasar...
El tímido crepúsculo de colores otoñales iba avanzando, dejando el sol escondido, desde la ventana; conmigo, despacio, dibujando a placer una imagen digna de las mejores postales. Mientras, yo sentía la fuerza de la carretera entre las manos, esa que tantas vidas se cobra y que jugaba con la mía entre decenas de nubes acostadas en el horizonte tiñéndolo de ocre.
El camino, largo, se me antojaba eterno por momentos, a pesar de eso volvieron a mi mente algunos de los fragmentos, en forma de recuerdos que se encargaron de amenizar el trayecto y que había guardado horas atrás bien empacados en mi maleta, entremezclados con un par de vaqueros, unas cuantas sudaderas y el abrigo largo.
Uno de esos recuerdos se me presentó a modo de sonrisa y comprendí que lo que me hacía feliz era precisamente eso, no el recuerdo que terminaría borrándose probablemente de mi memoria, sino esa sensación, la percepción de libertad, de Felicidad al fin y al cabo...
Y es que corroborar con un simple viaje que mi sitio no está en Casa, que mi Inquietud vive en una maleta, es lo que me da más fuerzas para volar, lejos, muy lejos, dejando todo atrás pero sin olvidar, por supuesto.
Explorar, ir en busca de nuevos retos, evolucionar, encontrar aquello que todos en alguna ocasión perseguimos con más o menos ansia o acierto...
Felicidad,
qué bonita palabra...
qué difícil a veces de lograr...
esa que a todos los que quieres deseas...
y con la que nunca debes dejar de soñar...
Y en ese momento sonaste tú con tus "Lunas de mala Lengua", y tararearte fue un placer...
[...] "Lágrimas de agua de canto pero de Felicidad...
Deja a la Luna, deja a la Luna...
¡Y deja a la Luna entrar!"
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